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La memoria de una comunidad.

Wednesday, April 19, 2006

Mi amanecer

A community member and good friend of mine, Ruth de Feldman, recently shared a beautiful piece of writing with me. I was beyond grateful when she agreed to share the narrative with the community through the "Kehilaton." For those of you who do not receive the newsletter, I wanted to attach my column below in order for you to experience Ruth's writing. This excerpt (in Spanish) from the essay reveals some of the sights, sounds, and sentimientos from her childhood in Salvador.

YO TAMBIEN CUENTO
por Jessica P. Alpert

Miembros fuera y dentro de El Salvador están interesados en las historias de nuestros antepasados así como amigos, vecinos, y familiares. Esta serie de artículos sobre nuestra comunidad será incluida en la sección “Yo También Cuento” dándonos la oportunidad de conocer más sobre la comunidad israelita. Como les he contado, mi trabajo durante este estudio esta basado en la historia oral, o sea, los testimonios de cada uno de ustedes. Con sus historias orales, textos antiguos, y memorias escritas cada día intento de entender más sobre la vida judía salvadoreña.

Esta semana les ofrezco unos recuerdos lindamente escritos por un miembro de nuestra comunidad, Ruth de Feldman. Ruth, hija de José “Chepe” Baum y Mercedes de Baum, hermana de Raquel, Susie, y Doris pasó los años de su niñez en la hacienda Talcualhuya, la que pertenecía a su padre. Después de haber pasado sus años universitarios en los Estados Unidos, Ruth regresó ya casada con Paul Feldman. Luego, como madre de Elissa, Sandra, y Roberto, compartiría su querida Talcualhuya con una nueva generación. Estos recuerdos nos dan una idea de la vida de una niña nacida y criada en esta bella tierra.


Mi Amanecer
Escrito por Ruth Baum López de Feldman

El Ángel, con olor a pradera, amaneciendo en frescos días de vientos de octubre. Con olor a pasto mojado, donde el ganado ha visto la luna y ha escuchado el aullido del lobo de la montaña.

Ese era el amanecer de mi niñez, en un valle que me otorgó el cariño y la protección calurosa de una tierra llena de misterio y de aventura.

La luna no acababa de ocultarse detrás del cerro del occidente cuando ya los primeros rayos del alba empezaban a asomarse detrás del cerro del oriente. Los volcanes, cerros, y montañas me daban el saludo de cada día. Al verlos yo sabía que mi mundo estaba tal como lo dejé al cerrar los ojos cuando las estrellas y la luna estaba bañando mi valle con su luz tenue.

La casona de El Ángel con gruesas paredes de adobe. Muros de adobe enormes hechos de tierra especial mezclada con zacate seco de la pradera. El techo era alto para mantener la frescura de la casa en los calurosos días tropicales. Ese techo tenia fuertes vigas de conacaste donde no podía entrar la polilla y sostenían el techo de tejas rojas de barro bien cocido. Las gradas gruesas, grises y lisas a la entrada de la casona daban una apariencia de grandeza; gradas de piedra que con su frescura invitaban a sentarse a descansar y a soñar. El repello de cal y arena, era el color común de las casas de aquellos tiempos. El piso era de baldosa roja de barro fino que brillaba al pasarle el trapeador con olor a gasolina. Tal era la casa de mi niñez, la cual vio nacer y morir ilusiones.

El corredor a la entrada de la casona, era sencillo, pero para mi era mi torre de observación a un mundo encantador. Me levantaba con el cantar del primer gallo. No quería perderme un momento del nuevo día. Las mañanas eran mas bien heladas, lo cual hacia que me apresurara a vestirme en mis “overoles.” El agua del pozo se sentía congelada al lavarme la cara, pero me quitaba ligerito el dormir de los ojos. Mis rizos proporcionaban una batalla al pobre peine de concha nacar. Lloraba mientras la batalla la ganaba el peine y mi cabeza parecía más bien un nido de qualcachias al cual el sombrero tenía que entrar por la fuerza. En lo fresco de la mañana no tenía que usar el sombrero, que tanto me fastidiaba, pero al subir el sol me era ordenado usarlo o me iba a convertir en la negrita del batey.

Al abrir la puerta del traspatio se entraba a un frutal hermoso con un juguetón riachuelo que lo cruzaba. El frutal era un mar de color verde con colores brillantes de distintas flores tropicales. Abundaban los naranjos, los limoneros indios, el mango, el aguacate, el granado, el coco, los jocotes de corona, el nance, y muchas parras y hierbas aromáticas y medicinales. En ese paraíso mió se oían a toda hora los alegres gorgoteos de tortolitas arroceras, de chiltotas, de cenzontles y de muchos pajaritos que hacían de aquel lugar tan lindo su hogar. Los árboles les ofrecían protección para sus nidos, agua, comida y frescura.

Recuerdos del alma de una niñez llena de dulce expectativa que hacia cada nuevo día un arco iris de aventuras. Solamente quedan los recuerdos de un ayer que termino y el cual las nuevas generaciones jamás podrán vivir. Doy gracias a esos recuerdos que me dan la oportunidad de volver a ver los colores del frutal, la casona y el amanecer; escuchar a los pájaros, sentir el aroma de la pradera, y los cálidos vientos de octubre.

Text posted and re-printed with permission of Ruth Baum de Feldman.

1 Comments:

Anonymous Anonymous said...

I would like to contact Ruth Baum Feldman. We are related through our great grandparents Samuel and Sabine Baum who lived in Fulda, Germany. Her grandparents were Joseph and Johanna Baum. I would love to hear from her. I think I have a photo of her.

Joan Chantrell
UK

2:00 AM

 

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